"Nunca es tarde para escribir un poema" (T.L.)
Esas fueron sus palabras y desde entonces las he puesto en práctica cada vez que he necesitado respirar algo que no fuese simple aire, siempre que el alma se me ha escapado en cada aliento.
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Acabas de irte y ya suena el eco
de tu ausencia en mis paredes,
ya ha perdido el aire su aroma,
su espeso y dulce tacto dorado.
Acabas de irte hacia la noche,
cabalgas en tu espectro de distancia,
te llevas el calor entre las manos,
en los labios el sabor de mi esperanza.
Acabas de irte, amor, y yo te extraño
y rezo en mi altar de seda azul,
sabiendo que es mi alma el que se inmola
al dios de las esferas de cristal.
Aún eres mío, porque no te tuve.
Cuánto tardan, sin ti,
las olas en pasar...
(Antonio Gala)
Nunca
se deshacen las flores en las manos
ni los pulsos ensordecedores del tiempo
logran desordenar
los capítulos que escriben los latidos.
Es tarde,
suena el segundero como plomo
arrojado desde lo alto de la noche,
extrañamente opaco,
hipnótica invitación al abandono.
Y prevalece sobre él la rebeldía,
la esmeralda del deseo en la mirada,
el azar jugando a ser sentencia
inapelablemente firme y justa,
húmedo eslabón prendido en los dedos
que ata tu cuerpo a mi madrugada.
"Andábamos sin buscarnos pero sabiendo
que andábamos para encontrarnos"
(Rayuela - Cap.1 - Julio Cortázar)
Bajo la confortable fantasía
del viento que germina mi universo,
conjugando la belleza
como única ofrenda de las manos vacías.
Solitario oasis de lluvia entre la lluvia
con tonalidad gris de lágrima
y añoranzas de caricias en los bancos
recubiertos por la hiedra irrefrenable.
La palabra:
Gigantesco plagio del espíritu
que florece como el junco en el estanque,
magnetismo del vuelo del insecto
que venera hoy la mujer de mármol.
Un cielo gris de plomo
que embelesa
tus sentidos de hombre de lluvia
y melodía.
Circunstancia y conclusión
de los estímulos
que licitan la absorción
del espejismo.
Si alguna noche un hada
viene a concederme un deseo,
que tus manos sean aves
y aniden entre mi pelo.
Una sombra
rezagada en el momento,
acuciante como el parpadeo de una vela.
Y es tan claro
el matiz con que vislumbro las llegadas,
tan sereno
el instante que precede al desatino...
No hay colores,
apenas el matiz de la distancia
que envenena la tibia luz del desierto.
Y no se evitan
los conciertos de las aves en los bosques
ni el aroma de la sal entre la arena.
No se cierran los balcones
ni las rejas que protegen
la virtud de las doncellas.
Y apetece sucumbir,
rendirse a la belleza, derrotarse,
abrirse a las miradas como el río
y ofrecer cobijo
al reflejo que lleve a Narciso
hasta su seno.