Obcecadamente insisto
en la mirada que dices,
en la piel que ahora es tacto,
sabor, aroma y nombre de calle furtiva,
en el recuerdo que reposa
trenzado a mi pelo
convertido en perpetuo sortilegio,
en la luz que medita en los paisajes
acunados por tu aliento.
Obstinadamente insisto
en vivir en las esferas,
en no presentar batalla
a la lucha desatada entre tu espada y mi pared,
en conservar la resonancia
que se esconde entre las piedras
abrasadas de palabras,
en la callada puerta que finge
que no sabe que me esperas.
Qué difícil es rescatar la voz de un recuerdo.
(A. Calamaro, "Lo que nunca se olvida")