Un extenso paisaje de calido sabor,
de superficie vibrante y sutil.
Y allí, un ánfora repleto de esencias,
Y no es sólo saber que existes,
es que buscas el resquicio de la huella
de mi paso por el mundo.
Me navegas descubriendo cada costa,
rompiendo en los arrecifes, tras el faro
y diluyéndote en la arena.
No es sólo saber que me piensas,
es que encuentro una señal en cada esquina,
segura como el hilo de Ariadna.
Cielo a cielo, encadenado a mi cintura,
sobrevuelo cada tierra, cada isla,
desechando cualquier miedo a la caída.
No son murallas, no temas,
no son paredes ni cercas,
no son cárceles ni vallas,
no son rejas ni son tapias.
no son barrotes ni muros,
no son confines ni rayas,
no son límites ni puertas
que puedan estar cerradas.
Extiendes tu mirada sobre mí,
se vierte como miel cálida
derramándose espesa y líquida.
Y percibo sabores imposibles,
desconocidos aromas y notas
que colorean la armonía,
que afilan los sentidos
y erizan cada fibra.
Abrigo cálido del alma,
cadencia lenta de caramelo,
seda suave que me cubre,
que se clava como alfanje,
como daga feroz y profunda
dibujando fértiles surcos,
deslizándose ágil por la espalda
y yendo a morir en la boca.
He rozado apenas tu piel
fundiéndome tanto en ella
que tu tacto morirá en mis dedos
sólo cuando yo muera.
Si llueve y te pienso
no escribo a la lluvia
sino a tu recuerdo.
Guardo un recuerdo lejano
en un estante del alma:
Había un faro, un viento helado
que nos cortaba la cara,
y una canción de Serrat
grabada en una vieja cinta
sonaba camino de casa.
Aún te veo paseando
con tu mochila en el hombro
buscándome con la mirada.
Luego recuerdo la música
que huía por la ventana
persiguiendo un coche azul
que rodeaba la plaza
y se llevaba tu roce
y me dejaba un perfume
prendido de una palabra.
Ha pasado media vida
y aún te veo paseando
buscándome con la mirada.
Me ahoga
la profunda inestabilidad
de lo inmutable,
la terrible predestinación
de los días.
Y no quiero
regodearme en las secuelas
de lo incierto,
abrazándome a un espasmo
de futuro.
Agua,
llueve,
suena y golpetea en los cristales
furiosamente feliz de ser la dueña,
de reinar en el cielo
y en la tierra,
de empapar de vida la tristeza
de las piedras.
Tras dejar clara mi humanidad
tropezando varias veces
en la misma piedra
declaro que me rindo.
Abandono todo intento
de comprender,
cada momento de esfuerzo,
todo el desgaste de energía
y mucho tiempo perdido
Así que doy media vuelta
y me alejo de la piedra.
Volveré a tropezar, seguro
y volveré a caerme,
pero en dirección opuesta.